José Antonio Sesé: “Tenemos que ver sin ser vistos”

José Antonio Sesé (Monzón, 1965) ejerce en Villanúa como Agente para la Protección de la Naturaleza –el “forestal” de antes- desde 1991, después de un primer destino en Salvatierra de Esca. Comenzó a estudiar Ingeniería Técnica Industrial en Zaragoza, pero muy pronto se dio cuenta de que lo suyo era la montaña y en 1985 se fue a la antigua Escuela de Capacitación Agraria de Jaca. Durante cuatro años (entre 1991 y 1995) estuvo también en el IPE (Instituto Pirenaico de Ecología) a través de una comisión de servicios trabajando en el primer Atlas de la Flora del Pirineo Aragonés.

El trabajo comprometido, constante y metódico de Sesé en los montes de Villanúa trasciende a otras materias, como la flora o la toponimia, pues considera que solo desde el estudio del pasado se pueden entender las transformaciones actuales del paisaje. Esa manera transversal de observar el entorno, que él explica con sencillez, “tenemos que ver sin ser vistos”, y un conocimiento enciclopédico de la montaña pirenaica, se han plasmado en numerosos trabajos, publicaciones y conferencias. Pese a que próximamente  podría acceder a la jubilación, solo los montes de Villanúa decidirán.

¿Qué recuerdas del primer día que trabajaste en Villanúa?

Más que del primer día, lo que sí recuerdo con claridad son las dos primeras denuncias que hice a dos pastores porque su ganado no respetó los límites de los montes que podían pastar; situación de “vital” importancia en aquel momento, algo difícil de entender hoy. Tengo que recordar indudablemente a Valentín Bartolomé, de Casa Tati, que falleció este año; era la persona que me ilustraba en todo lo relacionado con el monte. Prácticamente hasta el día que falleció no dejé de visitarle para aclarar algunas dudas de los modos de vida del pasado. Tampoco quiero dejar de mencionar a Ramón Gracia -casa Marco-, de Cenarbe, por sus aportaciones del antiguo término.

Suele decir que su trabajo consiste en ver sin ser visto en el monte…

Esta frase era una de las reglas trasmitidas por los “forestales” que nos precedieron. Somos los ojos de la Administración en el monte –prácticamente todo lo que vemos a nuestro alrededor-. El monte es nuestra “oficina” y tenemos la posibilidad de documentar todo lo que allí sucede. Estamos para servir al ciudadano, informar, relacionarlo con la Administración… pero, como Agentes de la Autoridad, nuestra misión es la defensa de la Naturaleza, con todo lo que ello conlleva: “cumplimiento de las normas ambientales, etc.».

¿Qué te ha dado Villanúa para llevar aquí desde 1991?

Al margen de la cuestión familiar, me considero montañés porque pasé buena parte de mi infancia en la tierra de mis padres –las faldas del Turbón, en la Ribagorza- y este es un territorio de montaña; ideal para alguien como yo. No me imagino en la tierra plana, sin montaña cerca.

Has dedicado también mucho tiempo y esfuerzos a la recuperación de la toponimia de Villanúa…

La visión histórica, en este caso de los nombres de los parajes, relacionados con los modos de vida de antaño, es muy importante; nos sirve para interpretar lo que pasa hoy pero también para saber cómo ha ido cambiando todo. Y yo quizás he llegado ya tarde a recoger el testigo de esa memoria, hemos perdido una generación. Toda esa información la tienes que contrastar con mucha gente, no te puedes fiar solo de una fuente. Y es un proceso de años. Por eso yo tengo la certeza de que hemos llegado tarde. Si me hubiera dedicado desde que llegué a Villanúa a recuperar la toponimia quizás hubiéramos estado a tiempo, pero en esa época yo estaba en otras cosas. Pese a todo, yo voy a seguir trabajando hasta que me jubile porque me parece que es un tema fundamental y apasionante.

Y ahí es donde has creado una conexión muy interesante con los más pequeños, con los niños y niñas de la escuela de Villanúa…

Trabajamos con ellos y con las profesoras. Es una maravilla. Lo hice en su día, lo dejamos de hacer y ahora hace unos años que lo hemos recuperado. Es muy importante que los escolares conozcan lo de antes, de lo contrario, no pueden entender la situación actual. Creo que ha habido un brusco corte entre el pasado y el presente, no ha existido una transición para que las nuevas generaciones conocieran cómo eran las cosas antes. Es importante que conozcan cómo eran los usos de la naturaleza para entender muchos de los procesos naturales y forzados por el hombre que ocurren ahora. Hay que creer en la máxima de quien conoce –los niños y niñas- cuida, mima, protege, etc.

Tienes una perspectiva privilegiada de cómo se ha transformado la vida en la montaña en los últimos cuarenta años.

Cuando llegué yo a Villanúa había varios rebaños de ovejas y vacas. En verano subían más de 4.000 ovejas a los pastos de Collarada y ahora escasamente llegan a las 1.000, dos meses al año. Ya no podemos volver atrás o mirar con nostalgia esos tiempos. Pese a opiniones generalizadas muy optimistas, parece impensable que volvamos a ver las miles de cabezas de ganado que antaño vivían en nuestros montes y que modelaron un paisaje completamente distinto al actual. Por una cuestión de cambio social, pero también “práctica”: ¿dónde iba a pastar aquel ganado con la densa vegetación actual?. Los cambios han sido tremendos. Ahora bien, el cambio global –climático, etc.- nos da cada vez más señales de nuevos cambios que pueden llegar. Tenemos bien cerca el caso del decaimiento de uno de nuestros bosques más singulares, como es el abetal. Es muy probable que nuestros sucesores vean grandes cambios en nuestros montes. Por ejemplo, la muerte de masas boscosas, debido al estrés climático, ataques de plagas o enfermedades, etc.

¿Qué singularidades destacarías del hábitat de Villanúa?

Aquí tenemos buena parte de los ecosistemas “básicos” del Pirineo calizo. El gradiente altitudinal del término de Villanúa –de los mayores del Pirineo-, desde la confluencia del barranco de San Juan de Cenarbe hasta la cima del Collarada, con un desnivel de  2.000 metros, genera una enorme biodiversidad. Tenemos desde una representación de todos los bosques del Pirineo –salvo el hayedo, con sólo unos pequeños restos-, incluido el carrascal situado más al norte de la península, hasta las comunidades propias de los neveros alpinos. Convivimos, sin saberlo, con más de 1.000 especies vegetales –árboles, arbustos y plantas-.

¿Cuál es tu lugar favorito de Villanúa?

Después de tantos años aquí, todavía hay zonas del término municipal que no he pisado. Si tuviera que destacar dos sitios me quedaría, como “forestal”, con la cabecera del barranco de los Meses –de Villanúa y no de Canfranc-, por la corrección hidrológica que hizo el Servicio de Montes a principio del siglo XX –primero se creó suelo, luego pasto y, por último, el bosque que hoy vemos-.  Otro lugar que me fascina son las simas, grietas, etc., de Collarada, en especial los Llanos “colgados” de Somola, con sus “pozos de nieve”, antaño permanentes, que es lo primero que me llamó la atención la primera vez que subí a la cima.

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